jueves, 21 de febrero de 2008

la vida de las plantas

Hay rumores que se oyen por las calles que aseguran que la vida de una planta es la vida más aburrida que se puede tener, siempre estática, viendo como todo pasa a su alrededor, sin nunca poder hacer nada, esperando un golpe de suerte en forma de agua para no perecer, y transmitiendo tristeza sin ese golpe de suerte.

El caso es que yo, soy una gran flor, no por mi tamaño, no, sino por la iluminación de mis pétalos, por los colores que me cubren, por la alegría que emano, la dulzura de mi tacto, la intensidad de mi aroma, y, todo ello, se lo debo, a una bella niña, que cada día pasa a verme, a hablarme, a acariciarme, a posar sus labios sobre mis pétalos, a respirar mi aroma mientras yo absorbo el suyo.

Hay rumores que se oyen por las calles que aseguran que una flor, en las noches de luna llena, cuando la luz de la luna llena cae sobre sus pétalos, los colores se ponen a danzar, emana mil aromas distintos, y que si el silencio es suficiente, y te sitúas lo suficientemente cerca, y escuchas atentamente, la brisa hará llegar susurros de agradecimiento a su cuidador.

Cada noche de luna llena se sentaba junto a mi en silencio, esperando oír mis susurros, pasando largas horas hasta que caía agotada, yo era incapaz de susurrarle mi agradecimiento, quizás por que creía que si lo hacía se cansaría de mi, y ya no volvería a cuidarme, no lo se, fue pasando el tiempo, y las noches de luna llena, fue creciendo, seguía viniendo, pero, sus ojos cada vez se cerraban más, y más, a pesar de que yo seguía resplandeciendo, su rostro se entristecía, su corazón se cerraba, me daba cuenta y cambiaba de colores, y emitía todos mis aromas, pero no conseguía borrar su tristeza.

Una noche de luna llena, no vino mi niña.

Todas las noches de luna llena, susurro GRACIAS!!!, por si la suave brisa las hace llegar a sus oídos...



De Oscar a quien cuida una flor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hablemos de los hijos y las hijas. Hay una parábola que habla del hijo pródigo, esta es mi parábola personal.
Hace años, un hijo mío se fue a otros lugares lejos de casa. Su marcha estuvo acordada por ambos y nos despedimos con los deseos de que sus viajes fuesen muy productivos. Hace unos días regresó a casa. Volvió acompañado de su hermano mayor, los dos estaban exhaustos, muy cansados, diferentes a cuando nos vimos la última vez. Yo me dediqué a estar con ellos, a que se recuperasen para ubicarlos de nuevo en sus lugares en casa.
Una vez repuestos, están cada uno en su espacio. Estos días hemos charlado mucho y me han hablado de la cantidad de semejantes que han conocido, las muchas vivencias, experiencias y aprendizajes en otros lugares. Me dicen que también han logrado hacer más grande la familia.
A su vuelta nos hemos alegrado tanto que juntos hemos gritado y hemos hecho un llamamiento a otros compañeros y compañeras. Estos han oído nuestra llamada y rápidamente han acudido a compartir sus vidas.
Mi hijo ha vuelto; sus viejas hermanas, Ursula e Iris, le han presentados a sus hijos e hijas.
Todos juntos gozamos de estar unidos como antaño y festejamos las recientes incorporaciones, que nos hacen estar más cerca aún.
El aire sopla con energía y por mi ventana entran la multitud de aromas que desprendéis hijos míos.
Con vosotros y vosotras la primavera no cesa jamás.

loto dijo...

Es precioso hacia tiempo que no leia algo que me halla emocionada de verdad.