viernes, 14 de marzo de 2008

Historia del niño gato

Pasaba las horas tirado en mi pequeña urna de cristal, pocas o ningunas ganas tenía de jugar con mi compañero de celda, y es que era huraño, arisco, cada vez que jugaba tenía la sensación de que se aprovechaba de mi bondad para gastarme malas pasadas. Así que aprovechaba cuando dormía para pasear en círculos, en ochos, para estirar mi cuerpo entumecido por la soledad, alzando mis manos sobre el frío cristal, aunque lo intentaba nunca lo conseguía arañar, y observar mi entorno, dos canes a la izquierda en otra urna, algo mas grande pero no mucho más, con cara triste, la cabeza pegada al suelo y la mirada a las nubes siempre tenían, a la derecha urna vacía, en la que hasta hace poco moraban algunos conejos raros, pero que poco a poco habían ido desapareciendo.

Al menos recibíamos la luz de la calle, me sentía afortunado por ello, cuando miraba hacia atrás, veía como los demás nos observaban con cara de envidia, menos Federico el loro, que me miraba con cara de odio, le tenia pavor a Federico, siempre con sus chillidos espeluznantes, y su mirada asesina, como diciéndome; en el momento que pueda voy a ir a picotearte toda tu linda cabecita, por eso evitaba mirar hacia atrás.

Una mañana mientras estaba revoleado con mis patas y mi panza mirando hacia arriba, me percaté de que una niña estaba parada frente al cristal observándome, rápidamente me volteé, y me acerqué a ella, con mirada de súplica; sácame de aquí, tuve la mala fortuna de nacer gato con alma humana, no soporto esto, soy prisionero de la urna, prisionero de mi compañero, prisionero de mi cuerpo. Ella posó un dedo en sus labios, y lo besó, para luego posarlo sobre el cristal, a la altura de mis ojos, dejando un pequeño resto de saliva tras el cristal, una minúscula mancha. Marchó.

Cada noche cuando todos dormían, yo me levantaba sigilosamente, despacito para no hacer ruido, sacándole algún partido a mi cuerpo gatuno, me acercaba poco a poco a la saliva seca tras el cristal, y comenzaba a lamer, cada noche un poquito, tenía la ilusión de conseguir desgastar algún día el cristal, y llegar a donde ella había posado su saliva-dedo-beso, y mientras lamía el cristal yo cerraba los ojos, para recordar los suyos, tenía ojos de gato, igual que yo, mirada de gato, igual que yo.

Cierto día desapareció mi compañero de celda, no me dí cuenta como ocurrió, estaba soñando cuando pasó, y al despertar me dí cuenta de que ya no estaba, al principio me agradó la idea de disponer de toda la urna para mi solito, pero con el tiempo llegué incluso a añorarlo, quien me lo iba a decir, y es que ya era absoluta mi soledad, me pasaba el día tumbado mirando a la calle, para verla pasar, me pasaba las noches lamiendo el cristal para llegar a sus labios, día tras día, noche tras noche, para verla pasar, lamiendo el cristal.

Llegó el momento en que todos los demás me consideraron un loco, yo creía que no me veían, pero era la comidilla del local, todos hablaban de mi obsesión con el cristal, y me miraban con pena, menos Federico que me miraba con odio, pero ya me daba igual, sabía que algún día llegaría ella, por que lo había notado, había notado que era niña, con alma de gata, y eso suponía hacer la combinación perfecta conmigo.

Un día me di cuenta de que nunca llegaría a gastar el cristal, que antes se me caería la lengua a pedazos, con lo que la desesperanza se adueñó de mi alma, así que decidí triste dejar de lamer el cristal, para centrarme no más en verla pasar, pasaban mil personas al día, pero ella no, y así fue pasando de nuevo el tiempo, y es que yo tenía la sensación de que el tiempo no pasaba, pero si que lo hacía, así que estaba ensoñando una parábola de mi existencia; niño gato por el tiempo has de pasar, aunque tiempo no exista cuando la veas pasar, tiempo existe cuando cierras los ojos y la ves besar... y en esas estaba cuando me agarraron por detrás, dando un bote quise arañar, hasta que me di cuenta de que era ella, que me agarraba con sus dedos, no se si habéis visto algún gato llorar, pero yo lo hice, de pura felicidad, se me erizó hasta el ultimo soporte de pelo que tenía mi piel gatuna, pero para adentro, me sacó de mi urna, me sacó de mi presidio, acariciándome el pelo suavemente, incluso Federico me miraba con dulzura, yo sabía que en el fondo se alegraba por mi, me sacó a la calle entre su brazos, y yo me zafé de ellos, y corrí hacia el cristal, y lamí saliva seca, y volví a ella.

de OscaR a quien me convirtió en niño gato.

3 comentarios:

OscaR J. dijo...

consejo del día;
pasad por el tiempo, que no sea el el que pase por vosotros.

Rocio dijo...

:):):)

:*****

no te tiñas los pelos!

OscaR J. dijo...

ja ja que le vamos a hacer.